16 de abril de 2012

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He vuelto a mezclar el alcohol con pastillas,
las caricias con los besos,
sus manos con las mías.

El a vuelto a ser dios
y yo la más creyente de los ateos
durante media hora de rodillas.

He vuelto a tropezar con su boca
de helado de vainilla a las cinco y media
de una tarde de agosto
sin más nubes que el blanco de sus ojos.

He vuelto a amar, a amarle.
A amarme.

Hacía tanto tiempo que no me miraba por dentro,
prácticamente necesito una escoba,
o el aire de sus pulmones
u otro beso.

Uno de esos que se daban en los recreos de los institutos,
o en la última fila del cine,
en los aeropuertos,
en las estaciones,
uno de esos que nacen en su boca,
que mueren en mis labios,
que me resucitan.

He vuelto a mezclar el amor con el sexo,
su sudor con mi saliva,
la nicotina y su piel.

He vuelto a hallarme con su ombligo,
a escuchar el mar en su pecho,
a hacer matemáticas con sus lunares,
a escribirle dos versos en la espalda
con el dedo manchado de deseo.

He vuelto a enamorarme, a enamorarle
y confieso
que nunca me había sentido tan yo.