He vuelto a mezclar el alcohol con pastillas,
las caricias con los besos,
sus manos con las mías.
El a vuelto a ser dios
y yo la más creyente de los ateos
durante media hora de rodillas.
He vuelto a tropezar con su boca
de helado de vainilla a las cinco y media
de una tarde de agosto
sin más nubes que el blanco de sus ojos.
He vuelto a amar, a amarle.
A amarme.
Hacía tanto tiempo que no me miraba por dentro,
prácticamente necesito una escoba,
o el aire de sus pulmones
u otro beso.
Uno de esos que se daban en los recreos de los institutos,
o en la última fila del cine,
en los aeropuertos,
en las estaciones,
uno de esos que nacen en su boca,
que mueren en mis labios,
que me resucitan.
He vuelto a mezclar el amor con el sexo,
su sudor con mi saliva,
la nicotina y su piel.
He vuelto a hallarme con su ombligo,
a escuchar el mar en su pecho,
a hacer matemáticas con sus lunares,
a escribirle dos versos en la espalda
con el dedo manchado de deseo.
He vuelto a enamorarme, a enamorarle
y confieso
que nunca me había sentido tan yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario